archivo

Lo que me da la gana

Que no cunda el pánico. Semana corta para los que trabajamos, y semana larga para los que disfrutan de unas amplias vacaciones de Semana Santa.

Hoy quiero compartir con vosotros una carta que me ha parecido súper interesante.

Para poneros en antecedentes: la noche de Reyes de este año descubrí en la tienda del Vips de Heron City -me pirran las tiendas de los Vips, porque puedes encontrar libros con descuentos increíbles- un libro que me llamó poderosamente la atención y que no puede evitar llevarme conmigo. Se trata de ‘Cartas Memorables. Curiosas y divertidas, reveladoras y trascendentes. Más de cien misivas de gente anónima y personajes célebres de la Historia’, recopiladas por Shaun Usher.

En sus más de páginas puedes encontrar misivas de todo tipo, peculiares, extravagantes, profundas, enternecedoras. Desde la carta de un Fidel Castro adolescente al presidente Roosevelt, pidiéndole un billete de 10$, hasta la de Patrick Hitler, sobrino del susodicho, ofreciendo sus servicios al Ejército de los EEUU.

Una de ellas, que acabo de leer y que me ha dado qué pensar, es la que escribió el escritor Hunter S. Thompson a su amigo Hume Logan, en respuesta a su petición de consejo vital.

Es un poco larga, pero creo que merece la pena que la leáis, porque el mensaje y el trasfondo es realmente bueno.

22 de abril, 1958

57 Perry Street

Nueva York

Querido Hume:

Pides consejo: ¡ah, qué humana y peligrosa es esa costumbre! Aconsejar a un hombre que pregunta qué hacer con su vida implica algo muy cercano a la egomanía. Pretender orientar a un hombre hacia la meta correcta y definitiva, señalar con un dedo tembloroso la BUENA dirección, es una tarea que sólo un tonto puede arrogarse.

Yo no soy tonto, pero respeto la sinceridad con que me solicitas consejo. Te pido, sin embargo, que al escucharme recuerdes que un consejo ha de ser por fuerza producto del hombre que lo da. Lo que uno considera cierto puede ser desastroso para otro. Yo no veo la vida con tus ojos, ni tú con los míos. Si me propusiera darte algún consejo específico, me parecería demasiado a un ciego empeñado en guiar a otro ciego.

“Ser o no ser: he aquí la cuestión. ¿Es más noble encajar las hondas y flechas de del injusto infortunio? ¿O alzar los brazos contra el mar de calamidades…?”

(Shakespeare)

Y, efectivamente, ésa ES la cuestión: flotar con la marea o nadar hacia nuestra meta. Es una elección a la que, en algún momento de nuestras vidas, todos nos hemos de enfrentar, ya sea de modo consciente o inconsciente. ¡Hay tan poca gente que lo entienda! Piensa en cualquier decisión que hayas tomado que tuviera alguna relevancia para tu futuro. Tal vez me equivoque, pero me parece imposible que no implicara una elección por muy indirecta que fuese entre las dos opciones que he mencionado: flotar o nadar.

Ahora bien, ¿Por qué no flotar cuando no se tiene una meta? Eso es otro asunto. Es indiscutiblemente mejor disfrutar mientras flotas que nadar en plena incertidumbre. Entonces, ¿qué hace un hombre para encontrar una meta? No un castillo en el aire, sino algo real y tangible. ¿Cómo puede el hombre asegurarse de que no anda tras una gran montaña de caramelos, tras esa seductora meta de caramelo que apenas tiene sabor y carece por completo de sustancia?

La respuesta y, en cierto sentido, la tragedia de la vida es que nos esforzamos por entender la meta, no al hombre. Establecemos una meta que nos exige ciertas cosas: luego las hacemos. Nos adaptamos a las exigencias de un concepto que NO PUEDE ser válido. Supongamos que de pequeño querías ser bombero. Me parece razonablemente inequívoco afirmar que ahora ya no lo quieres. ¿Por qué? Porque tu perspectiva ha cambiado. El que ha cambiado no es el bombero, sino tú. Cada hombre es la suma total de sus reacciones a la experiencia. A medida que tus experiencias difieren y se multiplican, te conviertes en un hombre distinto y, en consecuencia, cambia tu perspectiva. Así ocurre una y otra vez. Cada reacción implica un proceso de aprendizaje; cada experiencia significativa altera tu perspectiva.

Así que adaptar nuestras vidas a las exigencias de una meta que cada día percibimos desde un ángulo distinto parece estúpido, ¿no? ¿Cómo podríamos esperar cualquier logro que no fuese una mera neurosis galopante?

La respuesta, entonces, no ha de referirse para nada a las metas, o en cualquier caso a las metas tangibles. Harían falta ríos de tinta para desarrollar este asunto en su plenitud. Sólo Dios sabe cuántos libros se han escrito sobre el “sentido del hombre” y cosas por el estilo, y sólo Dios sabe cuánta gente ha cavilado sobre ese asunto. (Uso la expresión “sólo Dios sabe” meramente como tal.) No tiene mucho sentido que yo intente resumírtelo en una de esas cápsulas proverbiales, pues soy el primero en admitir mi absoluta falta de cualificación para condensar el significado de la vida en uno o dos párrafos.

Me voy a desviar para apartarme de la palabra “existencialismo”, pero podrías tenerla en cuenta como una especie de clave. También podrías probar con algo llamado “El ser y la nada”, de Jean-Paul Sartre, y otra cosita titulada: “Existencialismo; de Dostoievski a Sartre.” Son meras sugerencias. Si estás genuinamente satisfecho con lo que eres y lo que haces, harás bien en esquivar esos libros. (No despertemos a la fiera.) Pero volvamos a la respuesta. Como decía, poner nuestra fe en las metas tangibles parece, cuando menos, imprudente. Así que no luchamos para ser bomberos, ni policías, ni médicos. LUCHAMOS PARA SER NOSOTROS MISMOS.

Pero no me interpretes mal. No quiero decir que no podamos SER bomberos, banqueros o médicos, sino que hemos de lograr que la meta se adapte al individuo en vez de obligar al individuo a adaptarse a la meta. En todo hombre se combinan la herencia y el ambiente para producir una criatura dotada de ciertas capacidades y deseos; eso incluye una necesidad profunda de funcionar de tal modo que su vida adquiera SENTIDO.  Un hombre ha de SER alguien; ha de importar.

Así, a mi modo de ver, la fórmula sería más o menos como sigue: un hombre debe escoger el camino que permita el funcionamiento de sus capacidades con la mayor eficacia para la gratificación de sus deseos. Si lo consigue, satisfará la necesidad (pues obtendrá una identidad al seguir un patrón establecido para alcanzar una meta establecida), evitará la frustración de su potencial (pues habrá escogido un camino que no ponga límites a su pleno desarrollo) y se librará del terror de ver cómo languidece su meta, o cómo va perdiendo el encanto a medida que él se acerca (pues en vez de forzarse a cumplir con las exigencias de aquello que persigue, habrá procurado que la meta se adapte a sus capacidades y deseos).

En resumen, no habrá dedicado su vida a alcanzar una meta previamente definida, sino que habrá escogido un modo de vida con la CERTEZA de disfrutarlo. La meta es absolutamente secundaria. Lo que de verdad importa es cómo funcionamos para alcanzarla. Y parece casi ridículo decir que un hombre DEBE encontrar un funcionamiento que se adapte a su elección; pues permitir que sea otro quien defina tus metas equivale a renunciar a uno de los aspectos más significativos de la vida: el acto definitivo de voluntad que convierte a un hombre en individuo.

Supongamos que crees tener ocho caminos distintos a escoger (todos ellos previamente establecidos, por descontado). Y supongamos que no le ves un sentido real a ninguno de los ocho. ENTONCES –y aquí se condensa la esencia de todo lo dicho anteriormente- DEBES ENCONTRAR UN NOVENO CAMINO.

Naturalmente, no es tan fácil como suena. Has tenido una vida relativamente estrecha, una existencia más vertical que horizontal. Por eso no es difícil entender que te sientas así. Pero el hombre que pospone la tarea de ESCOGER se verá obligado a aceptar, de modo inevitable, que las circunstancias escojan por él.

Entonces, si te encuentras hoy entre los desencantados, no tienes más remedio que aceptar las cosas como son, o ponerte a buscar algo distinto en serio. Pero cuídate mucho de buscar una meta. Busca una manera de vivir. Decide cómo quieres vivir y luego averigua cómo puedes ganarte la vida DENTRO de esa manera de vivir. Pero tú mismo me has dicho “No sé dónde buscar; no sé qué buscar.”

Y ahora viene el punto crucial. ¿Merece la pena renunciar a lo que tengo para buscar algo mejor? No lo sé. ¿A ti te lo parece? ¿Quién puede decidirlo, sino tú mismo? Sin embargo, la mera DECISIÓN DE BUSCAR ya supone un gran avance hacia la elección final.

Si no me obligo a parar, acabaré escribiendo un libro. Espero que no te resulte tan confuso como parece a primera vista. No olvides, por supuesto, que ésta es MI MANERA de ver las cosas. La verdad es que me parece que se aplica a términos bastante comunes, aunque puede ser que no opines lo mismo. Cada cual ha de fundar su credo: resulta que éste es el mío.

Si te parece que alguna parte del mismo carece de sentido, no dudes en señalármelo. No pretendo mandarte en una expedición en busca del Valhalla, sino resaltar que no hay ninguna obligación de aceptar las opciones que la vida te ha dado hasta ahora. Hay más cosas: nadie tiene la OBLIGACIÓN de pasarse el resto de su vida haciendo lo que no desea hacer. Sin embargo, una vez más, si terminas haciéndolo, asegúrate por todos los medios posibles de convencerte de que TENÍAS que hacerlo. Te sentirás muy acompañado.

Y eso es todo de momento. Aquí estoy, hasta que vuelva a saber de ti,

tu amigo,

Hunter

Ahí lo dejo. A por el martes.

gündoğumu zinde hareketler

Venía andando hacia casa dándole vueltas a mi próximo post y me ha venido este título a la cabeza. Confesiones de mujeres de 31, casi 32. Así que comencemos a confesar.

Ave María Purísima…

Confesión nº 1: Llega un momento en el que empiezas a ser consciente de tu edad.

No es que me sienta mayor, y a fecha de hoy nunca ha sido un tema del que me haya preocupado, ni del que haya tenido reparo en hablar. Seguramente l@s que leáis estas líneas y seáis un poco más yayos que moi estaréis pensado ‘¿Reeeeeparo? ¿¿Con 31??’.

Sí, reparo. Tengo amigas de mi quinta o alrededores que ya llevan casi una década deprimiéndose cada año que soplan las velas. Algunas comenzaron recién hecha la Comunión. Ya digo que a mí eso nunca me ha preocupado, es más, incluso me hace un poco de ilusión cumplir uno más. Pero eso no quita para que, pasados los 30, empieces a darte cuenta de ciertas cosas. Tales como: primeras arrugas. Bueno, arrugas…Quizá de menor categoría, dejémoslo en arruguillas. Pero que ya empiezan a asomar en tu rostro aniñado y cuando eres por primera vez consciente de ello lo primero que se te viene a la cabeza es un rotundo y efusivo ‘¡¡¡¡Cooooooooño!!!! ¿¿¿¿Y estoooo?????’, mientras la examinas (o las examinas, si el asunto es algo más jodido) minuciosamente y con la nariz pegada al espejo. No es que tenga la cara como una uva pasa ni que empiece a parecerme a un perrete pachón, pero he de reconocer que alguna cosa que antes no estaba, haberla, hay. Dicho esto, me viene a la cabeza mi gran amiga, también jefa, Reme, cuando me decía ‘Ya verás. Es cumplir los 30 y todo se empieza a ir a la mierda. El culo, la cara, las piernas. Todo. A la mierda’. Quizá sea por ese miedo que me infundió por lo que llevo años centrada en mantenerlo todo arriba. Lo más arriba que pueda.

También te das cuenta de que lo que antes no te cansaba ni un poco ahora te cansa un mucho. Por ejemplo, trasnochar. Si rozas la locura de acostarte pasada la 1:30 de la mañana y encima osas tomarte alguna que otra copa (entre una y dos), al día siguiente tu cuerpo experimenta la misma sensación que tendrías si hubieras dedicado la noche completa a arrastrarte por la Gran Vía de Madrid sin asfaltar atada por los tobillos al maletero de un coche a 100km/h. Eso es así. Y si ya se te va tantísimo la pinza que se te ocurre traspasar la barrera de las dos copas, la sensación es la de que, aparte de haberte arrastrado, el coche te ha pasado varias veces por encima. El número de atropellos es directamente proporcional al número de copas que te hayas tomado.

Confesión nº 2:  Comienzas a darte cuenta de lo importante que es para ti tu familia.

No es que antes no lo fuera o no lo creyeras. Simplemente es que, a medida que pasan los años, y también pasan por los tuyos, empiezas a ser consciente de que los necesitas, y los necesitas bien. Ya no es una necesidad tan egoísta como la que tienes cuando eres adolescente, necesidad de la que tanto se quejaban tus padres cuando te decían que solo te acordabas de ellos si tenías algo que pedirles.

Tengo la inmensa suerte de tener una familia más que estupenda. La pequeña de cuatro hermanos, la única niña, con dos padres que a día de hoy gozan de una salud envidiable, aunque ya van teniendo sus achaques. Con dos sobrinos con los que no se me pueden caer más la baba, con cuñadas/proyectos de cuñadas adorables y con las que sientes que tus hermanos, que son tan importantes para ti como el aire que respiras, están en las mejores manos. Con primos, primas, tíos, tías y demás parentescos que, aunque el tiempo, la distancia y esa obsolescencia programada de la que os hablaba en mi anterior post hacen que no los veas tanto como te gustaría, los quieres de la misma manera que si los tuvieras bien cerca. Y, por supuesto, con alguien a tu lado con el que compartes tu vida a diario, que se desvive por ti a cada momento, en el que sabes a ciencia cierta que puedes apoyarte siempre, y con el que disfrutas al 100% la vida. Eso no se paga con dinero.

Confesión nº 3: Confirmas que los amigos que conservas lo son para toda la vida. Y eso te hincha el pecho de orgullo.

Puede que te salga alguno rana, pero a estos años ya no es lo habitual. Pasada la época de las hormonas, el acné, las atrocidades de la moda juvenil, los enfados por asuntos del corazón y demás calamidades de la edad del pavo, las relaciones que mantienes suelen ser más que sólidas. Y te das cuenta cuando te alegras como si se tratase de ti misma de que tus amigas y amigos empiecen a ser mamás y papás, se casen, se arrejunten, cambien de trabajo y consigan ese sueño tan ansiado o, simplemente, te llamen para salir a cenar, tomar unas copas y compartir al día siguiente la sensación del arrastre de coche por superficie no pavimentada…

Confesión nº 4: Empiezas a valorar de verdad el dinero (tanto tenerlo como no tenerlo).

Recibes tus sueldos como agua de mayo. Aunque tengas algo de dinero ahorrado. Da igual. Tras algún que otro derroche (nada excesivo, es suficiente con un poco de gasto mayor de lo habitual), la mala conciencia acude a ti con una velocidad que para sí la querría Fernando Alonso e ipso facto te reencarnas en la mismísima Vírgen del Puño Cerrao.

Te vienen a la cabeza toda clase de desgracias susceptibles de pasarte en los meses venideros y ante las cuales necesitas tener un montante considerable en el banco, no vaya a ser que no te llegue para sobrevivir y te veas pidiendo en el metro. Y no sé vosotros, pero yo no sé tocar ningún instrumento. El sofocón te dura relativamente poco, hasta que te serenas y te das cuenta de que estás exagerando y que no es para tanto. Pero vuelve a aparecer con el siguiente desembolso. Eso sí, en mi caso es curioso: el sentimiento de culpa solo aparece cuando se trata de algo para mí. Si es un regalo de esos que haces con una ilusión loca, no tengo ni medio remordimiento ni término medio en el gasto. ¿Soy idiota? Yo prefiero pensar que soy encantadora.

Ah. Y compras lotería. Y deseas fervientemente que te toque.

Confesión nº 5: Te descubres escribiendo parrafadas como estas y descubres que, sin darte apenas cuenta, te has hecho mayor. Y sonríes.

Por fin viernes!! Feliz finde a todos!!

Composite image of businesswoman burying her head

Y no de las máquinas, que también. De las personas. Obsolescencia programada de las personas. Por el estilo de vida que llevamos. Por el pasar del tiempo sin comerlo ni beberlo, sin sentirlo ni padecerlo.
24 horas del día que pasan, a veces más de lo recomendable, sin ton ni son. 7 días de la semana; 28, 29, 30 o 31 días del mes, según cómo se mire. 12 meses al año, o 365 días. 366, si es bisiesto.

Tanto tiempo es el que pasamos encerrados en una burbuja que, cuando nos damos cuenta y queremos salir de ella, ya es demasiado tarde o se nos ‘ha pasado el arroz’.

Paraos a pensar, al menos una vez al día, en las cosas que realmente os importan. En esas cosas que os llenan, que os completan, que os arrancan una sonrisa, que os emocionan y que son las que de verdad os hacen felices. Esas cosas que haríais aunque no tuvierais que hacerlas. Esas cosas que le dan un punto extra a tu vida, o las que le dan todo el sentido. Esas, solo esas, son las importantes. Esas son las que merecen tu alegría o tu tristeza, tu pensamiento y tu pasión. Y no me digáis que es un tópico, porque es una realidad como un piano de grande. Bueno, en realidad más que un piano de grande. Más como….mmmm….Como una orquesta sinfónica con toda su parafernalia, su director con su batuta y todas esas cosas que tiene una orquesta sinfónica y que ahora mismo no se me ocurren. Así de grande.Piensa en ellas y no las pierdas de vista. Y siéntete afortunado por tenerlas.

Y date un capricho, coño. Cuídate, mímate, date valor y siéntete como lo que eres. Porque para poder cuidar bien de esas cosas, las que no son un tópico sino una realidad como una orquesta sinfónica de grande, primero tienes que saber hacerlo de ti mismo.

He dicho.

Que pasen ustedes un bonito miércoles.

Obsolescencia programada

El sentido común, ese del que venimos escuchando cosas desde que éramos bien pequeños, en boca permanente de nuestros padres (¿Quién no ha oído a lo largo de su vida ese ‘Hijo, usa la cabeza. Usa el sentido común’?).

Ese del que tanto se habla, que se supone que todos tenemos de manera innata, sin grandes esfuerzos, que no es necesario entrenar ni desarrollar.

Ese que se da por supuesto, que se sobrentiende que es el primero en entrar en acción, que se presupone como obvio.

Ese que es gratis, que no hay que pagar por usarlo ni comprar unidades nuevas cuando se acaba.

Ese que parece que usan casi siempre los niños chicos y casi nunca los adultos.

En definitiva, ese valioso y desusado sentido. El común.

I’m BACK.

IMG_0668

Y entonces descubrí que lo realmente importante, lo que de verdad cuenta, es sentirte bien contigo mismo cuando te metes en la cama cada noche. Justo en ese momento en el que te encuentras tú frente a ti, sin nada ni nadie más. (Y sí, también existe ese momento para los que duermen acompañados).

Da igual lo que te digan, lo que te hayan enseñado desde pequeño, tus padres o en el colegio, lo que oigas por la calle, lo que leas en los libros. Todo eso da igual, si cuando te metes en la cama sientes que eres un mierda.

Y no vale solo con el rato al acostarse. También se prolonga al día siguiente, a la primera sensación que tienes nada más abrir los ojos.

Y por eso, sé negro, sé blanco, sé alto, sé bajo, sé guapo, sé feo, gordo o delgado. De izquierdas, de derechas, deportista o vago. Sé lo que quieras. Pero sé legal.

mujer_y_almohada

Hace tiempo que vengo dándole vueltas a esto.

Cuando tramé la idea del blog estuve barajando la posibilidad de orientarlo hacia tres temáticas totalmente diferentes: una, la que al final decidí, que es la de escribir sobre esas cosas cuquis y detalles bonitos, creatividad ajena y demás ‘gominos’ que taaaaanto me gustan. No sé si lo hago bien, mal o peor, pero eso fue lo que decidí y chinpum.

La dos, fue la de escribir, sin demasiada dirección ni cortapisas, sobre todo aquello que se me pasase en un momento dado por la cabeza y que me apeteciese compartir. En resumen, hacer lo que me diera la real gana sin ceñirme a un guión o a unas expectativas concretas.

Pero esto segundo me dio vergüenza. Y me dio miedo. Me dio vergüenza porque pensé que era demasiado ‘heavy’ contar así, sin más, de forma gratuita y a los cuatro vientos, mis pensamientos, mis reflexiones o, simplemente, mis chorradas existenciales. Y me dio miedo porque pensé que quizá llegaría el día en el que no tendría nada nuevo -o mucho peor todavía, interesante- que decir. ¿Y qué pasaría entonces?

La tercera, fue escribir capítulo a capítulo -post a post, vaya- algún relato o historieta que se me ocurriera, pero de un modo más espontáneo, dejando volar la imaginación y sin tener ningún final ya pensado.  Pero lo descarté porque tampoco me encontraba en un momento de genialidad literaria.

Tras estas parrafadas apasionantes, lo que vengo a deciros es que he decidido completar gominos con la alternativa 2: la de escribir lo que me de la gana, sobre el tema que me de la gana y  de la manera que me de la gana. ¿Y por qué? Porque me da la gana, básicamente.

Todos estos post los podréis encontrar en una nueva sección que se llama -adivinad- Lo que me da la gana. No serán los más frecuentes, ya que lo que a mí me gusta es hablar de cosas cuquis, que es la esencia de este blog, pero estad preparados porque puede llegar en cualquier momento. He dicho.

Paz, amor…Y el Plus pal salón.

Margarita_magavi