archivo

Archivo de la etiqueta: reflexiones

Venía andando hacia casa dándole vueltas a mi próximo post y me ha venido este título a la cabeza. Confesiones de mujeres de 31, casi 32. Así que comencemos a confesar.

Ave María Purísima…

Confesión nº 1: Llega un momento en el que empiezas a ser consciente de tu edad.

No es que me sienta mayor, y a fecha de hoy nunca ha sido un tema del que me haya preocupado, ni del que haya tenido reparo en hablar. Seguramente l@s que leáis estas líneas y seáis un poco más yayos que moi estaréis pensado ‘¿Reeeeeparo? ¿¿Con 31??’.

Sí, reparo. Tengo amigas de mi quinta o alrededores que ya llevan casi una década deprimiéndose cada año que soplan las velas. Algunas comenzaron recién hecha la Comunión. Ya digo que a mí eso nunca me ha preocupado, es más, incluso me hace un poco de ilusión cumplir uno más. Pero eso no quita para que, pasados los 30, empieces a darte cuenta de ciertas cosas. Tales como: primeras arrugas. Bueno, arrugas…Quizá de menor categoría, dejémoslo en arruguillas. Pero que ya empiezan a asomar en tu rostro aniñado y cuando eres por primera vez consciente de ello lo primero que se te viene a la cabeza es un rotundo y efusivo ‘¡¡¡¡Cooooooooño!!!! ¿¿¿¿Y estoooo?????’, mientras la examinas (o las examinas, si el asunto es algo más jodido) minuciosamente y con la nariz pegada al espejo. No es que tenga la cara como una uva pasa ni que empiece a parecerme a un perrete pachón, pero he de reconocer que alguna cosa que antes no estaba, haberla, hay. Dicho esto, me viene a la cabeza mi gran amiga, también jefa, Reme, cuando me decía ‘Ya verás. Es cumplir los 30 y todo se empieza a ir a la mierda. El culo, la cara, las piernas. Todo. A la mierda’. Quizá sea por ese miedo que me infundió por lo que llevo años centrada en mantenerlo todo arriba. Lo más arriba que pueda.

También te das cuenta de que lo que antes no te cansaba ni un poco ahora te cansa un mucho. Por ejemplo, trasnochar. Si rozas la locura de acostarte pasada la 1:30 de la mañana y encima osas tomarte alguna que otra copa (entre una y dos), al día siguiente tu cuerpo experimenta la misma sensación que tendrías si hubieras dedicado la noche completa a arrastrarte por la Gran Vía de Madrid sin asfaltar atada por los tobillos al maletero de un coche a 100km/h. Eso es así. Y si ya se te va tantísimo la pinza que se te ocurre traspasar la barrera de las dos copas, la sensación es la de que, aparte de haberte arrastrado, el coche te ha pasado varias veces por encima. El número de atropellos es directamente proporcional al número de copas que te hayas tomado.

Confesión nº 2:  Comienzas a darte cuenta de lo importante que es para ti tu familia.

No es que antes no lo fuera o no lo creyeras. Simplemente es que, a medida que pasan los años, y también pasan por los tuyos, empiezas a ser consciente de que los necesitas, y los necesitas bien. Ya no es una necesidad tan egoísta como la que tienes cuando eres adolescente, necesidad de la que tanto se quejaban tus padres cuando te decían que solo te acordabas de ellos si tenías algo que pedirles.

Tengo la inmensa suerte de tener una familia más que estupenda. La pequeña de cuatro hermanos, la única niña, con dos padres que a día de hoy gozan de una salud envidiable, aunque ya van teniendo sus achaques. Con dos sobrinos con los que no se me pueden caer más la baba, con cuñadas/proyectos de cuñadas adorables y con las que sientes que tus hermanos, que son tan importantes para ti como el aire que respiras, están en las mejores manos. Con primos, primas, tíos, tías y demás parentescos que, aunque el tiempo, la distancia y esa obsolescencia programada de la que os hablaba en mi anterior post hacen que no los veas tanto como te gustaría, los quieres de la misma manera que si los tuvieras bien cerca. Y, por supuesto, con alguien a tu lado con el que compartes tu vida a diario, que se desvive por ti a cada momento, en el que sabes a ciencia cierta que puedes apoyarte siempre, y con el que disfrutas al 100% la vida. Eso no se paga con dinero.

Confesión nº 3: Confirmas que los amigos que conservas lo son para toda la vida. Y eso te hincha el pecho de orgullo.

Puede que te salga alguno rana, pero a estos años ya no es lo habitual. Pasada la época de las hormonas, el acné, las atrocidades de la moda juvenil, los enfados por asuntos del corazón y demás calamidades de la edad del pavo, las relaciones que mantienes suelen ser más que sólidas. Y te das cuenta cuando te alegras como si se tratase de ti misma de que tus amigas y amigos empiecen a ser mamás y papás, se casen, se arrejunten, cambien de trabajo y consigan ese sueño tan ansiado o, simplemente, te llamen para salir a cenar, tomar unas copas y compartir al día siguiente la sensación del arrastre de coche por superficie no pavimentada…

Confesión nº 4: Empiezas a valorar de verdad el dinero (tanto tenerlo como no tenerlo).

Recibes tus sueldos como agua de mayo. Aunque tengas algo de dinero ahorrado. Da igual. Tras algún que otro derroche (nada excesivo, es suficiente con un poco de gasto mayor de lo habitual), la mala conciencia acude a ti con una velocidad que para sí la querría Fernando Alonso e ipso facto te reencarnas en la mismísima Vírgen del Puño Cerrao.

Te vienen a la cabeza toda clase de desgracias susceptibles de pasarte en los meses venideros y ante las cuales necesitas tener un montante considerable en el banco, no vaya a ser que no te llegue para sobrevivir y te veas pidiendo en el metro. Y no sé vosotros, pero yo no sé tocar ningún instrumento. El sofocón te dura relativamente poco, hasta que te serenas y te das cuenta de que estás exagerando y que no es para tanto. Pero vuelve a aparecer con el siguiente desembolso. Eso sí, en mi caso es curioso: el sentimiento de culpa solo aparece cuando se trata de algo para mí. Si es un regalo de esos que haces con una ilusión loca, no tengo ni medio remordimiento ni término medio en el gasto. ¿Soy idiota? Yo prefiero pensar que soy encantadora.

Ah. Y compras lotería. Y deseas fervientemente que te toque.

Confesión nº 5: Te descubres escribiendo parrafadas como estas y descubres que, sin darte apenas cuenta, te has hecho mayor. Y sonríes.

Por fin viernes!! Feliz finde a todos!!

Composite image of businesswoman burying her head

Y no de las máquinas, que también. De las personas. Obsolescencia programada de las personas. Por el estilo de vida que llevamos. Por el pasar del tiempo sin comerlo ni beberlo, sin sentirlo ni padecerlo.
24 horas del día que pasan, a veces más de lo recomendable, sin ton ni son. 7 días de la semana; 28, 29, 30 o 31 días del mes, según cómo se mire. 12 meses al año, o 365 días. 366, si es bisiesto.

Tanto tiempo es el que pasamos encerrados en una burbuja que, cuando nos damos cuenta y queremos salir de ella, ya es demasiado tarde o se nos ‘ha pasado el arroz’.

Paraos a pensar, al menos una vez al día, en las cosas que realmente os importan. En esas cosas que os llenan, que os completan, que os arrancan una sonrisa, que os emocionan y que son las que de verdad os hacen felices. Esas cosas que haríais aunque no tuvierais que hacerlas. Esas cosas que le dan un punto extra a tu vida, o las que le dan todo el sentido. Esas, solo esas, son las importantes. Esas son las que merecen tu alegría o tu tristeza, tu pensamiento y tu pasión. Y no me digáis que es un tópico, porque es una realidad como un piano de grande. Bueno, en realidad más que un piano de grande. Más como….mmmm….Como una orquesta sinfónica con toda su parafernalia, su director con su batuta y todas esas cosas que tiene una orquesta sinfónica y que ahora mismo no se me ocurren. Así de grande.Piensa en ellas y no las pierdas de vista. Y siéntete afortunado por tenerlas.

Y date un capricho, coño. Cuídate, mímate, date valor y siéntete como lo que eres. Porque para poder cuidar bien de esas cosas, las que no son un tópico sino una realidad como una orquesta sinfónica de grande, primero tienes que saber hacerlo de ti mismo.

He dicho.

Que pasen ustedes un bonito miércoles.

Obsolescencia programada